Capítulo 9
Del susto, la madre lanza la bandeja al aire, el contenido cae estrepitosamente al suelo y, mientras corre por el pasillo. Él ve como el hacha vuela hacia ella inciertamente peligrosa; con visos de incrustársele en su espalda. Por suerte, roza su oreja derecha, donde brota un hilillo de sangre, clavándose después sobre la copia de un cuadro surrealista de Manuel Robles colgado el muro de la chimenea. Entonces ella se detiene ante la pintura, emite un grito de dolor, se toca la herida, nota la humedad en sus dedos, se la mira, frunce el ceño, más que mosqueada agarra el mango, la arranca del madero, gira sobre sí misma, eleva el brazo blandiéndolo, y regresa expeditiva a la habitación. Emitiendo un horrible alarido entra, aparta a su hijo con cierta violencia, quien cae al suelo, y la emprende a hachazos con la pantalla, destruyéndola en mil pedazos mientras grita acelerada: ¡Basta! ¡Basta! Deja en paz a mi niño… Es mi niño… mi niño… ¡Ahaaaaaaaa!
- ¡Mamá! ¿Qué haces? —el joven se levanta, se quita las gafas—. Mira, mira lo que has hecho —le dice increpándola— ¿Para esto has cogido el hacha de papá? Te has herido en la oreja ¿Otra vez te has rozado con la lámpara?
- Levantaste la mano, querías matarme…
- ¡Es solo un juego de realidad virtual…! Nada tienes qué temer… nada. ¿Alucinas? No te has tomado las pastillas todavía ¿Verdad? Abrázame, te quiero…, te quiero…, te quiero muchísimo mamá.
La madre sonríe socarronamente.
FIN
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