Esta semana he tenido la fortuna de acudir al ciclo de cine: ‘Corea a través de la lente de género’ en el Ateneo de Málaga.
El primer día nos deleitaron con la lectura de unos textos de una artista coreana puestos en escena a cargo de tres jóvenes actores malagueños. A continuación, tras unas palabras de un cargo de la embajada de Madrid, proyectaron un precioso documental acerca de unas mujeres, octogenarias algunas de ellas, que se sumergen en las profundidades del mar a pleno pulmón durante todo el año aguantando la respiración hasta tres minutos en muchos casos, para recolectar algas, marisco o pescar. Una vida, un duro oficio que está desapareciendo por culpa de la modernidad.
El segundo día nos proyectaron una hermosa película sobre la emancipación y los sueños; sobre la vida en la gran ciudad capitalista en contraste con el medio rural. En éste film, no solo se refleja esos contrastes si no que la cocina, los sabores y la amistad, juegan un papel preponderante, así como la búsqueda de la propia identidad. Resaltar que es de gran belleza y rodada con un exquisito gusto.
El tercer día nos pusieron otra, quizás la menos atractiva, sobre la ambición desmedida, los engaños masivos del capitalismo salvaje, y sus consecuencias, representado por un hombre que lo ha perdido todo. Hasta su familia, a la que envió lejos para ocultarle sus tejemanejes.
Es al segundo ciclo de cine coreano al que asisto y en ambos salí pleno de admiración. Según contaron existe una especie de hermanamiento entre la universidad de Málaga y ese desconocido país.
Actualmente, existe una cátedra con esa especialidad, donde los estudiantes aprenden el idioma, viajan y aprenden todo sobre sus costumbres y su forma de vida.