«El eclipse de los sueños»
Desde pequeño, siempre me intrigó la Guerra Civil Española. Sobre todo porque en mi casa, en mi familia, estaba prohibido hablar de ello. A veces, mi madre contaba, junto a otras historias,como a su hermano, seminarista, lo hicieron pasar por campesino, consiguiendo librarlo de ser detenido y quién sabe si de un peligroso posterior destino. Sus narraciones eran realmente terribles, pero yo, curioso, insistía en los detalles, rogándole que me contase otros episodios de guerra distintos. Sin embargo, ella, me respondía siempre lo mismo: “que era mejor no hablar de esas cosas”. Con todo, la cuestión siempre sobrevolaba a mi alrededor en forma de murmuraciones y despotismo: por las calles, los bares o los amigos, pues era vox pópulis las horrendas leyendas que los “rojos” habían cometido contra los españoles de bien. Y todas, todas, me creaban ciertas inquietudes que no sabía cómo solucionar. Todo cambió para mí,no obstante, el día en que en mi pueblo detuvieron a un “rehuído”, (palabra que se empleaba para denominar a los últimos maquis resistentes de la guerrilla española ocultos en las montañas.) El rostro de aquel hombre, la pena, la desolación y la vulnerabilidad que me trasmitió. Me hizo comprender que detrás de aquellas heroicidades y todos los siniestros relatos que, tanto el régimen y el No-Do ensalzaban de forma exagerada, existía una segunda parte en la que algún día tendría que investigar.
Pasaron los años, me casé y un día los padres de mi esposa, debido a su avanzada, edad vinieron vivir a nuestra casa. Fue entonces cuando oí por primera vez un delicioso testimonio que me encantó por su sencillez y belleza: según contaba mi suegro había tenido una “Madrina de guerra” (chicas que intercambiaban cartas con los soldados situados en el frente con el fin de alentarlos) de la que nunca volvió a saber. Lo refería con cierta nostalgia, se reprochaba no haberla conocido personalmente, y no porque quisiese una relación más íntima, si no solo para agradecerle sus palabras de ánimos y lo que significaron para él la espera de sus cartas. Nunca lo hizo, nunca la conoció, y su melancolía se marchó con él a la tumba. Ese pequeño relato me hizo comprender que historias como la suya debieron ocurrir por cientos en diferentes formas y matices, y por supuesto, con múltiples desenlaces. Así que me puse a investigar y, en efecto, tal como imaginé, si bien muchos de aquellos supervivientes jamás fueron a conocerlas, otros tantos, sin embargo, sí que decidieron ir a verlas. En numerosos casos las chicas se habían casado con otros, habían muerto o habían desaparecido en las cárceles o en el exilio. Otros asentaron su amistad o noviazgo, muchos se decepcionaron al descubrir que no eran los únicos y otros seriamente enamorados en la distancia, las llevaron al altar y crearon sus familias.
De mi interés por desvelar ciertos hechos tergiversados de esa horrorosa contienda y de las curiosas madrinas de guerra, surgió la novela en la que cuatro amigos reciben cartas de unas chicas en las vanguardias, viviendo así el eclipse de sus sueños.
Una desgarradora historia que lo enganchará de principio a fin y que no le dejará impasible.